31.10.05

Sencilla

Era frágil, como una mirada de filamentos de luz, tenía aquella sonrisa fácil cuya sencillez derretía. Se movía lentamente, como sin querer llamar la atención, con pasos lentos e informales, ladeando la cabeza a la vez que su cabello serpenteaba al ritmo que marcaba la brisa. Era capaz de caminar por las calles inhóspitas de una noche acabada, con luces alumbrando las virutas de la acera, carteles con letras que no serán leídas hasta el día siguiente. Miraba al suelo, y pateaba hojas secas de abedul. Manos en los bolsillos, pensamientos vanos rondaban su tiempo en aquel instante de silencio hueco. Sí es cierto que había brisa, pero suave, suficiente para permitir danzar a los papeles libres que viven sobre cada baldosa. Su murmullo acompasaba los latidos de hilos de bombilla luminiscentes, mientras los setos silbaban murmullos sordos. No había nada más con vida sobre aquella calle moribunda, y la suya se acercaba lentamente a la penumbra, hacia aquel callejón sin luz. No podía imaginar, inocente, que a veces, donde menos luz hay, más claridad se encuentra. Aquella frase que había pronunciado en la tarde seguía revoloteando su mente como un pájaro sobre la miel dulce de sus labios, la sencillez hace la belleza. Por cómo se había quedado, el sentido se desvaneció, y optó por el solo caminar de sus zapatos desatados. Se movían sin ritmo fijo, pero con zancadas imprecisas, como con hielo en su interior. Sencilla. Bella. Se cubría pero bajo su manto había el blanco de la vida. Aún sabiéndose amada, dudaba de sí. Aquél abrigo la hacía inhóspita como aquella noche de otoño, aquel callejón, mustia, pero, bien sabía, que la caricia que esperaba cambiaría el rumbo de su color, que todo lo que deparase el mañana, sería el principio de la otra vida.

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